domingo, 20 de octubre de 2013

La extraña muerte de Jack Rivers



Encendí la webcam y contemplé mi figura en la pantalla del ordenador. Tan simple, tan insignificante, tan estúpido… ¿Cómo iba a afectarle a alguien mi muerte? Es imposible. Incluso a Albert le haré un favor, así tendrá la habitación para él solo.
Suspiré y cogí el cuchillo, jugueteé un poco con él entre mis manos todavía indeciso sobre cuál sería el siguiente paso. Pensé en lo que tenía que decir, lo había estado pensando todo el día, incluso me había tomado la molestia de escribirlo por si me olvidaba de algo. Tenía delante, sobre el escritorio la hoja de papel arrugado donde había anotado mi despedida. ¿Merecía la pena leerla? No estaba seguro, además se me había hecho un nudo en la garganta. En el fondo me daba pena acabar así con mi vida y tenía la certeza de que si me ponía a leer aquellas palabras no tardarían en salir a la superficie las lágrimas que había estado ocultando durante tantos meses.
Ni siquiera dije adiós. Empecé a deslizar el cuchillo por mi brazo desnudo dejando así un rastro de sangre a medida que la hoja avanzaba. En un momento dado paré a contemplar la sangre que goteaba y caía al suelo. No me dolía, los demonios del pasado me molestaban más.
Levanté la mano que sostenía el cuchillo y esta vez me dispuse a cortarme la garganta. Con la mirada fija en la pantalla del ordenador, empecé. Noté la sangre una vez más, emanaba de mi cuello y manchaba mi camisa, el final estaba cerca pero a mitad de la tarea paré. ¿Por qué algo tan rebuscado? Sin testigos, yo quería que mi muerte conmoviera a la ciudad, ¿qué digo? Al mundo entero.
Dejé el arma sobre el escritorio y rápidamente cogí un pañuelo para tapar las heridas. Luego apagué la cámara.


“Creo que todos estaréis mejor sin mí. Lo siento”
El inspector Ryan Damon sostenía la breve nota de suicidio en sus manos mientras la leía. Sólo aquellas simples dos frases y una apresurada firma. Parecía un caso claro, otro pobre desgraciado que se tiraba del puente para poner fin a su agonía.
La policía local había encontrado la nota bajo una piedra suelta colocada en la barandilla del puente. Supusieron que Jack Rivers la había escrito y dejado ahí a propósito para que la encontraran y explicar así tu trágico, pero según él necesario destino.
―No hemos podido recuperar el cadáver, se lo debe de haber llevado la corriente – le informó el oficial Samuel Reilly a su superior.
― ¿No habría una posibilidad de recuperarlo? – preguntó a su vez Ryan mientras guardaba la nota en una bolsita de pruebas y se la entregaba a uno de los miembros del equipo forense.
―Sí, podríamos organizar una búsqueda río abajo, pero tardaríamos días en recuperarlo. Y eso si hay suerte y el cuerpo no llega al océano.
―Por intentarlo no perdemos nada ― y señalando a la pareja que se encontraba hablando con otro de los oficiales de policía añadió - ¿Quiénes son?
―Un matrimonio que vive en esta zona.― Reilly se detuvo un momento para consultar su cuaderno de notas ―. John y Carol Wright. Presenciaron la muerte del chico.
―Hablaré con ellos.
El inspector se dirigió hacia la pareja justo en el momento en el que el policía había acabado de tomarles declaración. Sacó su placa y se presentó.
―Ha sido horrible – decía Carol ―. Estábamos dando un paseo como todas las noches por el sendero junto al río cuando vimos a un chico saltar desde el puente.
― ¿Sobre qué hora fue eso?
― ¿Las nueve y media? – inquirió mirando a su esposo, éste asintió y ella continuó – Cuando cayó, John quiso lanzarse al agua para ayudarlo pero la corriente era demasiado fuerte y no le dejé.
Carol parecía satisfecha de haber conseguido que su marido no se lanzara a las turbias aguas del río Hendall y el inspector no tenía intención de reprocharle nada. De hecho sabía muy bien que mucha gente en el pasado se había ahogado mientras intentaba cruzar el río a nado.
―Había algo raro en ese chico que se tiró – dijo John -. No lo vi bracear una vez en el agua, ni tampoco gritó.
―Bueno, ¿no intentaba suicidarse? – repuso Carol antes de que Damon pudiera decir nada.
―Sí pero cuando estaba en el puente también era igual, apenas se movió. Es como si…
―Continúe – le apremió el policía.
―Como si ya estuviera muerto antes de caer al agua.
― ¿Insinúa que lo mataron y luego arrojaron el cadáver al río?
John Wright estaba nervioso, aquella pregunta era la misma que se hizo él hacía menos de media hora. Pensó que lo mejor sería decir la verdad pero no se sentía cómodo con su mujer escuchando lo que sólo él había visto. Se preocuparía innecesariamente.
―Inspector, ¿podemos hablar en privado? – preguntó al fin.
―Por supuesto.
Ambos miraron a Carol invitándola a que se marchase. Ella así lo hizo, se apartó algunos metros a regañadientes.
―Después de que el chico cayera, ― comenzó Wright – Carol llamó a la policía y yo decidí ir al puente porque me pareció ver a alguien más allí.
― ¿Alguien más? ¿Está seguro?
―Y tanto que lo estoy, se escondía tras la barandilla del puente y como ésta de altura mide poco menos de un metro, al principio me pareció que era un animal.
―Y fue a comprobarlo.
―Exacto, pero no era ningún perro perdido ni nada por el estilo, era un hombre. Cuando llamé su atención salió corriendo como alma que lleva el diablo.  
― ¿Puede describir a ese hombre?
―No, estaba oscuro y él llevaba una sudadera con capucha. No le vi la cara pero si de una cosa estoy seguro es que estaba en el puente en el momento del suicidio.


― ¿Estás ahí? – pregunté aunque ya sabía la respuesta - ¿Has llegado sin que te vieran?
―Sí… - me llegó la voz nerviosa de mi compañero a través del teléfono – Esto no me gusta ni un pelo. En cómo nos descubran nos meterán en la cárcel.
―No dramatices, el plan ha salido perfecto. Él está muerto y la policía no sospecha nada, te lo juro.
― ¿De veras? Eso no puedes ni prometérmelo. Dios, aparecerán aquí de un momento a otro, seguro que ya han visitado el lugar de… ya sabes.
― ¡Pues cálmate de una vez! Yo he acabado, tiré el cuerpo al río sin que nadie me viera y ahora te toca a ti. Tienes que cubrirme.
―Lo haré… ¿seguro que nadie te vio?
―Que sí – tuve que mentir, no podía dejar que se pusiera aún más nervioso y me delatara -. Cuando llegue la pasma dile lo que acordamos ¿vale?
―Está bien pero, ¿y si acaban encontrando el cuerpo?
―No lo harán, me he ocupado de eso. Metí unas cuantas piedras en su interior, el río hará el resto.
―Ojalá tengas razón. ¿Y cuánto vas a pagarme por cubrirte?
― ¿Te parece que este es el momento de discutirlo? Porque a mí no y mucho menos por teléfono.
― ¿Cuándo podremos vernos entonces?
―Te llamaré cuando considere oportuno.


Albert Lawrence se sentó en uno de los sofás de su sala de estar justo enfrente de los dos policías que le escrutaban con la mirada. Parece un completo idiota, pensaba Damon, pero seguro que será lo suficientemente listo como para colaborar.
― ¿Cuándo fue la última vez que vio a Jack? – inquirió.
―Ayer por la tarde – respondió el chico algo nervioso ―. Él estaba viendo la tele cuando me fui a la biblioteca a eso de las seis. Volví una hora después y él ya no estaba.
― ¿Le notó diferente? ¿Tal vez algo deprimido?
―Sí, ahora que lo dice lo noté más retraído que de costumbre. Pero no pensé que fuera a hacer una cosa así. Él no era de esa clase de personas.
― ¿Y cómo era? ― preguntó Reilly esta vez.
―Pues… ya saben ― Albert miraba nervioso a ambos policías, sin darse cuenta había empezado a juguetear con un cordón de su sudadera ― Le gustaba estar solo pero también disfrutaba con la gente. Apreciaba su vida ― al ver que sus interlocutores no contestaban añadió para darle énfasis a lo dicho ―, de verdad.
― ¿Se llevaba mal con alguien o conoce a alguna persona que quisiera hacerle daño?
― ¡No! Era algo lascivo pero buena persona, nadie le tenía en su punto de mira. O al menos que yo sepa.
―Está bien ― Ryan se levantó de su asiento, los otros dos hicieron lo mismo ―. Me gustaría echarle un vistazo al dormitorio de Jack.
― ¿Por qué?
Albert dejó caer el cordel de su sudadera, parecía todavía más nervioso que antes.
―Una buena forma de conocer a la víctima es mirando en su cuarto. Tal vez incluso encontremos alguna pista útil.
― ¿No necesitan una orden judicial para eso?
― ¿Tiene algún problema con nuestros métodos?
― No, claro que no.
Sam Reilly invitó a sentarse de nuevo a Lawrence, indicándole que no había terminado de tomarle declaración, pues todavía tenía un par de preguntas que hacerle.
Mientras tanto, Ryan salió del salón y recorrió el corto pasillo de la casa compartida. Entró en la última habitación a la izquierda cerrando la puerta tras de sí. Aquel lugar se podría calificar como el típico cuarto de un joven. Las pareces estaban totalmente empapeladas de pósters de jugadores de fútbol y grupos musicales, había un par de camas. Pequeñas y sin hacer. Un armario, la ventana, el escritorio, estanterías… lo típico de un cuarto común aunque muy desordenado. Había ropa y libros tirados por el suelo.
Pero nada de esto llamó la atención del inspector, lo que le hizo detenerse e incluso agacharse en el suelo para observarlo mejor, fue el extraño color de la alfombra. Más concretamente al lado del escritorio, donde la alfombra que era de un color azul claro se tornaba en rojo oscuro. Era una pequeña mancha, apenas perceptible para quien no se detuviera expresamente a mirar.
Damon levantó una esquina de la alfombra con cuidado para mirar debajo. Tal y como había imaginado, se encontró con una mancha roja todavía mayor.
Sin perder ni un segundo, se levantó del suelo y volvió al salón donde, sin darle tiempo a Reilly para que le informara de cómo iba el interrogatorio, le preguntó a Albert:
― ¿Qué es esa mancha roja que hay en el suelo de vuestro cuarto?
―Pintura ―se apresuró a responder el aludido―. El otro día estábamos haciendo un trabajo y…
―No mientas ― le interrumpió el inspector ―. Puedo traer aquí a los del laboratorio para que lo analicen. Pero a simple vista ya se ve que es sangre.
―El otro día hubo un incidente, nada más.
― ¿Qué pasó?
―Nos dejamos una ventana abierta y entró alguien a robar pero Jack le sorprendió. El intruso llevaba un cuchillo y tanto él como mi amigo forcejearon, de ahí la sangre. Luego el ladrón consiguió huir pero no logró llevarse nada.
― Eso no lo había mencionado en su declaración ― observó Sam ― ¿Lo denunció en comisaría?
―No, Jack no quiso hacerlo y yo tampoco le di más vueltas. Para él era una vergüenza no haber podido atrapar al criminal. De todos modos decía que lo había asustado y no volvería. Esto pasó la semana pasada y de momento llevaba razón.
―Y supongo que no podrá describir a ese criminal…
―No, lo siento. Fue Jack quien lo vio. Yo no estaba en casa ese día.


Aquella noche, el inspector de homicidios apenas pudo dormir. Permanecía en su cama mirando al techo, pensando en el caso. La muerte de Jack Rivers le afectaba más de lo que le gustaría admitir. No era por el chico, al que ni conocía ni le interesaba la vida que había tenido más allá de lo profesional. Lo que sucedía realmente era que lo ocurrido con Jack le traía recuerdos de su propio pasado. Recuerdos de cuando era un enano que acababa de llegar a la secundaria y sufría bullying de manos de sus compañeros.
Más de una vez pensó en suicidarse, es más, estuvo a punto de hacerlo. Pero alguien le salvó. Desde entonces nada volvió a ser como era, su vida tomó un camino que ni el mismísimo Ryan hubiera imaginado años atrás.
Pero eso no importaba, debía distanciarse. Aquel era sólo otro de los muchos casos que tenía que resolver. Rápida y eficazmente.
Aunque no le gustaba la idea de que las pruebas recopiladas hasta el momento apuntasen hacia un asesinato, todavía le hacía menos gracia que se tratase de un suicidio.
El chico era demasiado joven para eso, tenía una vida por delante, era mucho más fácil pensar que quien fuera ese ladrón que intentó robarle quiso volver a intentarlo y esta vez tuvo éxito. Sí, era más fácil pensar eso pero, ¿sería lo correcto?


―Creo que sospechan de mí.
―No digas tonterías, sólo porque mientas fatal no significa que te vayan a meter ya en prisión ― le reproché molesto.
Su voz nerviosa me llegaba desde el otro lado de la línea y francamente, no me gustaba nada. Si seguía comportándose de ese modo no tardaría en delatarnos.
―Lo sé pero esto no me gusta nada, ¿no podrías haber cogido el dinero simplemente? ¿para qué todo este teatro?
―Ya sabes que quería empezar de cero.
―No me gusta esto… ¿y si vienen a por mí? No sabes cómo me miraron hoy…
―Nadie va a por ti. Estás paranoico. Tú sólo sígueme el juego un poco más, pronto me habré ido de la ciudad y nadie sabrá nada.
― ¿Y mi dinero?
― ¿Qué dinero?
―Dijiste que podría quedarme con parte del dinero que recibiste si cumplía con mi trabajo.
― ¿Lo dije? Bueno, hay un pequeño cambio de planes…


Los oficiales de policía se encargaron de mantener el orden en aquella calle poco transitada donde, junto a una cabina telefónica, habían hallado el cuerpo sin vida de Albert Lawrence. Le habían rajado el cuello. Junto a su cadáver habían dejado por el suelo y sin ningún cuidado docenas de billetes de cincuenta dólares, era como algo hecho a propósito. Al menos eso pensaba el inspector Damon a quien sus años de experiencia en el oficio le habían enseñado que los homicidas tendían a ser bastante teatrales en cuanto a sus crímenes se trataba.
Otra de las tantas maneras de burlarse de la policía.
Los forenses no tardaron en retirar el cadáver para hacerle la autopsia, y aunque a simple vista la forma en que había muerto ya estaba bastante clara, ahora la pregunta que martilleaba en el cerebro de Ryan era ¿por qué?. ¿Por qué Lawrence tenía que morir? Dada la posición de su cuerpo y de los billetes todo indicaba que se trataba de un pago que había salido mal. ¿Tal vez trabajaba para el criminal? ¿O es posible que él fuera el homicida, le pagara a alguien por cubrirle y dicha persona no se conformó con la suma que ofrecía? No tenía sentido, la primera opción le parecía a Damon más verosímil.
Pero, ¿para qué necesitaría alguien comprar los servicios de un idiota como Albert?


El oficial Haye entró como un torbellino en el despacho del inspector de homicidios con una carpeta bajo el brazo y una cara de preocupación sólo comparable con la del pobre Lawrence cuando se investigó su propia casa. Y para su sorpresa, la única persona que estaba allí consultando unos archivos era Sam Reilly.
― ¿Dónde está el inspector Damon? ― preguntó con un tono algo desesperado tras darse cuenta de que él no estaba allí.
―Investigando a otro muerto ― repuso Sam sin apartar la vista de los expedientes y levantando un poco la mirada para preguntar ― ¿Qué es lo que quieres?
Haye le entregó la carpeta que había estado sosteniendo a Reilly y le explicó:
―Hemos encontrado lo que cayó del puente la otra noche.
―Te refieres al cuerpo de Jack Rivers.
―No exactamente…
Ante el gesto casi imperceptible del oficial para que Sam empezara a leer el archivo, éste así lo hizo y se quedó bastante sorprendido por el hallazgo. Al fin entendió a qué venía la súbita preocupación de Haye.
―Maldita sea… ― murmuró.



El inspector Ryan Damon se encontraba hablando con un par de testigos presenciales que al parecer, escucharon a Lawrence gritar justo antes del supuesto ataque. Vecinos que sí, le habían oído pedir auxilio pero no habían visto nada. Ninguna cosa fuera de lo común o que pudiera ayudar a resolver semejante caso.
El móvil del inspector sonó en ese preciso instante y dadas las circunstancias, se disculpó ante aquellas personas y atendió la llamada del oficial Reilly.
― ¿Alguna novedad?
―Han encontrado lo que cayó del puente y no te lo vas a creer.
―Pues ve al grano y más vale que la información sea útil, con este asunto de Lawrence estamos en un callejón sin salida. Nadie sabe nada. A ver si en el cuerpo de Rivers hay alguna pista…
―Eso será difícil de averiguar porque no fue eso lo que encontraron.
―¿Cómo? ¿Entonces qué cayó del puente?
―Un muñeco. Según el informe era un maniquí, lo tiraron a propósito para que pareciera que era una persona la que se suicidaba.
― Eso explica lo que vio uno de los testigos, la persona que salió corriendo desde el puente después de que el muñeco, o entonces supuesta persona viva, se lanzara al vacío.
―Sí, pero eso no es todo inspector, el interior del maniquí estaba lleno de piedras.
― Alguien se tomó un gran trabajo para que no lo encontráramos, quería que quedase en el fondo del río ― Ryan se quedó en silencio unos segundos, Sam esperó a que continuara ―. Este caso está empezando a tener sentido, los cabos se están atando…
―Yo no lo veo tan claro, ¿quién estaba esa noche en el puente? ¿por qué tiró el maniquí? ¿y qué pinta Albert Lawrence en todo esto?
―A mí sólo hay una cuestión que me preocupa ahora mismo; ¿Dónde está Jack Rivers?


Por los altavoces se anunció la salida del próximo tren a las 4:50 con destino a Nueva York, en cuanto escuché el aviso me levanté del banco en el que me encontraba. Me ajusté las gafas de sol y me coloqué bien el sombrero. Luego me subí el cuello de la chaqueta. Nadie debía reconocerme.
Por suerte entre tanta gente no me resultaba difícil pasar desapercibido.
Me las arreglé para colarme en el andén sin necesidad de comprar un billete. Tampoco fue difícil, el único policía que había estaba ocupado atendiendo a una anciana que no tenía muy claro a qué vagón debía ir.
Caminé con mi maleta en una mano y la mochila a la espalda en dirección a alguno de los últimos vagones. No miré atrás.
Mis peores temores se confirmaron cuando escuché gritar a alguien mi nombre por detrás. Sabía quiénes eran y qué buscaban, así que eché a correr lo más rápido que pude hacia la puerta del tren más próxima. Tiré mi maleta por el camino, era un peso innecesario y yo tenía que huir, debía conseguirlo, por la cuenta que me tenía. Escuchaba los pasos de la policía viniendo detrás de mí, acercándose.
Conseguí entrar en el tren, demasiado tarde, sabía que me cogerían. Pero todavía me quedaba el orgullo suficiente para no rendirme y seguir corriendo a través de los vagones hasta que la policía me dio alcance apenas unos minutos después. Eso sí, no me rendí hasta el final, incluso agredí a un par de pasajeros que estaban en mitad de mi camino. Cuando vi que la pasma me amenazaba con una pistola supe que el juego se había acabado.
Un tal oficial Reilly me mostró su placa y dijo que tenía que acompañarle a comisaría.


― ¿Podría hablar con el señor Linwood? ― le preguntó el inspector a una de los empleados del banco de la ciudad ― Es sobre uno de sus clientes, Jack Rivers.
―Ahora mismo está en una reunión y no puede atenderle, tal vez si deja su teléfono…
―Esto es una investigación de asesinato ― dijo cortante Ryan.
―Bien, en ese caso tal vez podría ayudarle yo, ahora el director no puede venir.
Damon suspiró, se conocía de sobra las excusas de los banqueros. En el fondo no eran tan distintos a los demás empleados de otras empresas públicas.
― Querría saber qué cantidad de dinero tiene aquí Rivers. Cualquier cosa anormal en los últimos meses o días.
La mujer se tomó un par de minutos para consultar en la base de datos de su ordenador antes de responder.
―El señor Rivers había ingresado hace dos semanas cincuenta mil dólares en efectivo pero hace exactamente cuatro días retiró todo el dinero.
― ¿Y de dónde sacó todo ese dinero?
―Nosotros no hacemos preguntas ― repuso la mujer del mostrador con creciente mal humor.
Ryan puso los ojos en blanco, debió suponer que no le diría nada más. Pero ya lo averiguaría, siempre lo hacía.


Me dijeron que esperara sentado hasta que llegara quien estaba a cargo de la investigación de homicidio. Me resultaba irónico a la par que divertido el que estuvieran investigando mi muerte. ¿Cómo habían podido ser tan idiotas como para no verlo?
La puerta se abrió y por ella entró un tipo trajeado cuya placa era un claro identificativo de su rango. Se sentó en la mesa frente a mí y se presentó:
―Soy el inspector Ryan Damon y llevo la investigación de este caso.
― ¿Qué caso? Todos están diciendo que he muerto, que me tiré desde un puente y es una estupidez. Si eso fuera cierto, ¿cómo iba a estar aquí, delante de ti y hablando tan tranquilo?
―Iba a decir ― comenzó el inspector ignorando mi comentario ―, que investigamos la muerte de Albert Lawrence.
― ¿Mi compañero de piso está muerto? ¿Quién ha podido…?
Vi la mirada de Damon clavada en mí, no podía ocultar su sospecha, ni quería hacerlo.
― ¿No estarás insinuando que yo le maté? ¿para qué iba a hacerlo? Albert sí, no era muy listo que digamos pero no se mata a nadie por eso.
―Creo que él te ayudó a que llevaras a cabo tu plan, pero lo hizo a cambio de un dinero que tú nunca tuviste intención de pagarle.
―Yo no tenía dinero.
― ¿Entonces esos cincuenta mil dólares que depositaste en tu banco? ¿qué fue de ellos? Ya sé que fueron una herencia de una tía rica que tenías y que falleció recientemente pero me resultó curioso que desaparecieran tan espontáneamente.
―Los necesitaba para un viaje, ¿y qué?
―Jack, en tu maleta encontramos casi todo el dinero en billetes de cincuenta ― el inspector había puesto su mejor cara de póker, me hubiera gustado hacerle lo mismo que a Albert para borrarle esa sonrisa ―. Eso te relaciona con el crimen, Lawrence tenía los mismos billetes cuando le encontramos. Por cierto, ¿por qué los dejaste ahí? ¿Fue un error de novato o de verdad pensabas que podrías burlarte de la policía y salir impune?
― ¡No pasó nada de eso! ― grité ―. Albert nunca entendió mi plan, quería morir, dejar esta vida atrás y empezar de cero como otra persona. Con el dinero de mi tía hasta podía irme del país pero necesitaba que dieran a Jack Rivers por muerto.
― ¿Por eso aquella noche tiraste el maniquí al río? Y luego tropezaste con Wright aunque por suerte para ti, él no te pudo identificar. ¿Qué pasó con Albert?
―Nada, el muy idiota quería cobrar por su trabajo de encubrirme. ¡Y no hizo nada útil! Es más, estuvo a esto de delatarme.
― Y le mataste ― completó el inspector.
Yo no dije nada, en el fondo me había alegrado de confesar. Ahora empezaría una nueva vida aunque no precisamente como esperaba.
―Por lo menos has conseguido lo que querías ― concluyó ―. Tu nombre será recordado durante mucho tiempo.
Damon se levantó para marcharse y yo también me puse en pie de un salto. Sí, mi nombre sería recordado por años, quizás siglos. Ellos no se habían dado cuenta de que la navaja que usé para deshacerme de Albert todavía estaba en mi poder. Pero no iba a usarla para herir a nadie más. Mi propósito era acabar lo que empecé: tener una muerte digna, por la que sería recordado por siempre.
Hundí el filo de la navaja en mi costado. Caí al suelo y a medida que la sangre iba emanando yo fui perdiendo el conocimiento poco a poco. Lo último que recuerdo fue al inspector pidiendo socorro. Inepto, seguro que nunca pensó que las cosas podrían acabar así. 

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